En los inhóspitos afluentes del alma

Esa mañana contempló con desolación que la primera cana blanca había aparecido en su cabello.
Y que sus manos, alzadas para escrutar el fatídico hallazgo, estaban plagadas de arrugas.
El grito lanzado no era de su voz, sino de anciano.


Anduvo con dificultad para salir del baño, ya casi encorvado sobre sus huesos.
Y se sentó en un sillón, con los ojos entornados, como hacen los abuelos cuando van a morir.

El tiempo pierde su apariencia de Tiempo.

Porque cuando estás cansado no puedes hacer sino dormir...

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