Mi palabra sobre Tu cuerpo


Te contaré una historia que ocurrió en un lugar muy, muy lejano. La historia de una joven y el cuento que nunca quiso ser acabado.

Todo empieza en un reino apartado donde vivía un rey con su reina. El rey era un joven vivaz y alegre. La reina era sibilina y turbia en sus pensamientos.

Un día el rey, rodeado de sus súbditos más leales, ordenó escribir un cuento donde se narraran sus aventuras y desventuras y sus más grandes hazañas, pues el joven rey era conocido entre los reinos colindantes por su valentía y la consecución de sus buenas acciones. Los súbditos se miraron sorprendidos, pues ninguno había sido dotado con semejante don de palabra. Ante tal hecho, el rey señaló al azar a una de las cabezas que se apilaban alrededor de su trono, y del extremo de su dedo se alzó una joven cuyo rostro nunca antes había visto. Desde ese momento, Nixlace, la germinada, fue nombrada la escriba del rey.

Los aposentos de la joven fueron llevados al otro extremo de palacio, pues del nuevo proyecto nada debía saberse hasta ser terminado. Nadie debía conocer su contenido, mucho menos la reina.

De día, Nixlace construía por mandato real historias de la construcción del reino, el enlace real, las victorias del monarca, las derrotas,… De noche comenzó a crear otro mundo sin reyes ni reinas, lleno de hadas, princesas y sapos trasformados en príncipes con sueños y esperanzas.

Un día el rey empezó a enfermar, y ante la salida del reino de la monarca sin mayor noticia, Nixlace decidió ayudar a su rey. -Venga esta noche a mis aposentos que yo le mostraré la cura a sus males-. Aunque bien pudieses pensar otros sucesos, Nixlace aquella noche sentó a su rey sobre la alfombra y le mostró el mundo que había creado para él: le enseñó las fantasías, las irrealidades, las melodías y los olores del sueño, los recuerdos de la infancia, los deseos de futuro escondidos, y él, fascinado, decidió quedarse en él. – Desde este día te llamarás Aura, la que un día será amada, y esto será algún día nuestro reino forjado en felicidad-. La joven, que ni decir cabe el inmenso amor que profesaba a su rey, juró proteger los muros de su nuevo mundo y la promesa que algún día se haría palpable.

De día, Aura construía la historia de su rey y una reina. De noche engrandecía las nuevas paredes y daba rienda suelta a todos sus anhelos: la palabra más alta sería el susurro, el golpe más fuerte serían sus caricias y el menor contacto serían sus besos.

Cada noche, su Alteza acudía a la alcoba de la joven Aura en busca de un bocado de sus sueños, de un remanso de la tranquilidad que su voz proyectaba en cada palabra. Cuando se quedó sin pergaminos usó su piel, y el rey comenzó a escribir sobre ella.

Un día la reina volvió, y trajo con ella las tormentas. Todo se sumió en una espesura irreal y devastadora y las letras sobre el cuerpo de Aura, imborrables, comenzaron a arder. La lluvia arrasó los campos y sólo quedó oscuridad.

El rey anduvo perdido y deambuló por las ruinas que quedaron tras de sí. Tras mucho caminar, más viejo y más cansado, encontró a algunos de sus leales súbditos y, haciendo gala de la valentía que un día enarboló, comenzó a reconstruir su reino. Al pasar junto a la alcoba no recordó lo allí ocurrido, cuando se descubrió en sus sueños, y ni el rostro ni la voz de la joven resultaron familiares.

Hay quien piensa que la pena la hizo huir muy lejos pero cuenta la leyenda que aún se oye el ruido que hacen los muros cuando se alzan de nuevo, y que la luz se intuye entre las rendijas. Altas torres vuelven a culminar las recias murallas y el olor a hierba fresca embarga el nuevo día.

En el aposento más apartado un fuego de chimenea sigue encendido, vivo de calor. En el suelo aún corre la tinta y pergaminos abiertos llenos de sueños, y sobre la piel de Aura, aún joven, se guarda el hueco para culminar la historia.

Dentro y fuera del reino un viento incansable trae una y otra vez, y para siempre, la voz de una joven que repite:- ¿Abrirás la puerta cuando venga a llamarte por segunda vez en esta vida?..

1 comentario:

Pedro-Abeja dijo...

Preciosa la imagen (tanto la qeu dibujan las palabras ocmo la de la foto) de las historias escritas sobre la piel de la chica. Precioso el cambio de nombre. Quizá debieramos cambiar de nombre cada vez que la vida nos cambia por completo.

¿Realmente ella volverá a llamar una segunda vez a esa puerta tras la cual tanto ha sufrido?

Un beso, mari al cuadrado.